Encontrarse
con las palabras es algo difícil y atemorizante. No importa con quien sea, pero
ese primer momento es algo único que despierta las mayores alegrías o te hace
quedar sumido en una profunda tristeza. Mi primera vez con las letras no se
remonta a la época del colegio cuando te enseñan las vocales paso a paso y en
ejercicio automático; se remonta a mi primera novela, mi primer libro de
verdad.
Como
muchos de esta generación, aprendí a leer con Harry Potter. No me da pena
decirlo, porque sin saberlo J.K Rowling despertó en mí una pasión que sólo
cesará con la muerte. Si lees un libro tienes que seguir con los demás;
automáticamente te creas un compromiso que puede romperse si la voluntad del
lector es débil. Leer es para valientes así como lo es escribir, porque tienes
que estar dispuesto a aceptar ideologías y posiciones contrarias a la tuya.
Así
una persona se convierte en ciudadano del mundo, leyendo, pues una novela puede
mostrarte lo bella que es París de noche, lo melancólico de La Toscana italiana
o lo sombrío de los amaneceres en Transilvania. Sólo en los libros puedes
encontrar amores inolvidables, proezas épicas que trascienden siglos o crímenes
atroces que únicamente pueden llevar a cabo mentes retorcidas.
Pero
regresando a nuestras latitudes y concretamente a mi caso, luego de leer al
joven mago con el que crecí a la par, me dedique a otras lecturas un poco más
maduras y que fueron cambiando y abriendo mi mente; debo admitir que di muchos
saltos y quizás no quemé las etapas como debía, porque sí, para leer es
necesario quemar etapas. No es muy cómodo dar el salto de García Márquez a
Dostoievski y mucho menos de este a Saint-Exúpery; diferencias abismales que
marcan tu forma de ser y por eso odie El Principito desde el principio hasta el
fin.
Pero
en mi biblioteca mental también están otros nombres, nombres venezolanos que
pueden ser olvidados por el tiempo y la falta de memoria del venezolano.
Pocaterra y Massiani son ejemplos vivos de ello, estos autores no tienen nada
que envidiarle a cualquier otro latinoamericano pero aún así, de los que me
leen pocos tendrán idea de a quien me refiero y mucho menos que escribieron.
Ante ciertos libros, uno se pregunta:
¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán? Y al
fin, libros y personas se encuentran, esta frase es de André Gide y
me parece oportuna para describir una situación que nos afecta a todos: la
falta de lectura. ¿Qué podemos ser si nuestra vida no se ha nutrido con las
letras y experiencias ficticias o no de otra persona? Podremos igualarnos con
un cascarón vacío, con alguien que no tiene nada que ofrecer y deja mucho que
desear. Alguien que no se enriquece a sí mismo, que no cultiva su alma y por lo
tanto, la estela que deja a su paso no tiene ningún perfume.
Leer implica muchos esfuerzos y muchas gratitudes, hay
experiencias inconfundibles al momento de leer un libro, por ejemplo, es algo
único cuando olfateas un libro recién comprado, ese olor tan adictivo y tan
característico, el color del papel, el negro de las letras, si no tiene mancha
alguna; te sientes conquistador en un espacio virgen y que pronto te atrapará.
Esa es la ventaja de un libro real a los libros digitales.
Alguna vez Cicerón dijo “Un
hogar sin libros es como un cuerpo sin alma”. No dejemos que nuestro
hogar o a nuestro cuerpo le falten estas cosas, no seamos seres incompletos ni
seres programados para leer lo más popular, hay que leer a esas voces nuevas o
viejas que siempre tienen algo para contar y que seguro marcarán un antes y un
después mucho mejor que un betseller.
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